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Mostrando las entradas de enero, 2011

El Caudillo

El hombre viejo llegó a su casa pasado el mediodía. Aparatosamente estacionó en la vereda levantando polvo desde la arenosa calle y supero rápidamente el pastizal que servía de frontera natural entre la arena de la calle y los relucientes cerámicos de la vereda. Sin siquiera mirar arriba, protegiéndose del sol, abrió las cerraduras y entró a refugiarse en los paraísos del aire acondicionado dentro de su hogar. Casa de dos plantas, una hermosa fachada y un jardín minuciosamente atendido al frente, pero en el calor del mediodía nadie iba a reparar en ello. La calle estaba desierta, ni una lagartija. Él mucho menos, harto de atender gente que lo juzgaba y criticaba (íntimamente, por fuera solo le ofrecían obsequiosas sonrisas), de su casa solo disfrutaba el interior, el refugio. El resto siempre había pensado que simbolizaba un presente para su familia. Encontró a su mujer en la cocina. Había estado buscándola a ella o a la empleada que la ayudaba en las tareas domésticas por todas

La Ciudad Automática

Pocos acontecimientos de mi niñez fueron tan importantes y dejaron un recuerdo tan vívido en mi memoria como la llegada de La Ciudad Automática a Bermejo. La mañana en que escuché la noticia de boca de mi maestra nos alegramos todos y la disciplina del aula se fue al demonio. Todos los chicos riéndonos, festejando, excitados y con nuestros rostros radiantes ante el esperado anuncio. Luego de que la Señorita Blanca, nuestra maestra, consiguió recuperar el control de la clase antes de que llegase alguna autoridad de la Dirección a ver qué ocurría, nos explicó que en el tren con el Circo llegarían también autoridades del Ministerio de Educación, así que la escuela trabajaría durante las semanas siguientes para preparar un recibimiento acorde con la importancia de las visitas. La Ciudad Automática era un proyecto largamente anunciado por el Estado, un circo de dimensiones incalculables, tanto por su tamaño como en despliegue de maravillas. Diseñado por una compañía estadounidense y co

Alas en la Cabeza

Durante toda mi infancia tuve una especial afición por los pájaros. Podía pasarme tardes enteras observándolos detenidamente, miraba con deleite sus plumas, sus alas, sus costumbres nerviosas pero al mismo tiempo delicadas. También aprendí a reconocer su especie y hasta su sexo según sus trinos. Disfrutaba de ellos y me identificaba con su género. Mucho se ha escrito ya sobre ellas. Ah, las aves, la libertad, la belleza, el espíritu, las ideas incluso… Con los años me di cuenta de que todas esas inspiraciones, esos pensamientos laterales son idealizaciones ciertas, pero sólo como bosquejo. Los pájaros hoy me parecen frágiles entelequias de lo bello y lo profundo que hay en los horizontes de los buenos propósitos de los hombres. En fin, me estaba alejando peligrosamente del tema. Me estaba volando. Cuando yo era niño me convertí en un pequeño sabelotodo sobre el universo de las aves. Mis padres, queriendo probar y disfrutar de mi aprendizaje me preguntaban de vez en cuando sobre